Aislada

Por Abril Villar (4º ESO A)




Me gustaría contar todo esto sentada en la arena de la playa o en el banco de mi ciudad donde veía cada día pasar a la gente como si nada, como hace una semana, y parece que ha pasado un mes...

Me gustaría volver a tener la sensación de ser libre, coger las llaves de mi casa, los auriculares e irme corriendo a la calle para recordar cómo me sentía. Me gustaría volver a coger el bus –y mira que intento no cogerlo–, incluso pasear –y mira que no me gusta mucho–, quedarme en una terraza tomando el sol intentando aprovechar cada minuto antes de que se vaya la luz.

Me gustaría no salir de casa solo porque no me apetece salir, no porque no debo. Porque poder puedo: solo hay que asomarse a la ventana. A ver cómo le explico yo a mi hijo o a mi hija mis emociones y sentimientos en un futuro, cómo decirle que un día lo de comerte a besos con tus amigos y amigas o darte abrazos se acabó por culpa de un virus. A ver cómo le explico que no podías salir a la calle pero que tus vecinos salían cada mañana para ir por el periódico y un poco más tarde por la leche, que había que lavarse las manos cuatrocientas mil veces al día y no tocarse la cara y que, claro, yo me la tocaba más, y otra vez a lavarme las manos. Que, del aburrimiento, el catálogo de Netflix se quedaba corto y quien tenía ventana a la calle era la envidia del grupo.

 Le diré que, al menos, de aquellos días inciertos me llevé la emoción de los aplausos, la generosidad de nuestros sanitarios, la alegría de las videollamadas con tus seres queridos o amigos que querías que se hicieran infinitas. A ver cómo le explico que los días que podíamos hacer todo deseábamos quedarnos en casa y dormir tres siestas, y que ahora que podemos hacer eso nos damos cuenta que sin salir a la calle no somos nada.

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